Por Ignacia González Rena.
Le propongo a quien esté leyendo, que se tome unos instantes y conteste estas
preguntas antes de seguir recorriendo el texto: ¿Cómo es un niño? ¿Qué necesita?
A partir de allí, podemos ir hilando los rasgos visibles con los invisibles, e intentamos
acercarnos a ese gran misterio que es cada persona, ahora poniendo el foco en los
niños. Pero ¡ojo! Poner el foco en los niños, siempre nos tocará muy de cerca (mas que
seguro que en la lista de Qué necesita, la mayoría de las cosas, si no todas, sólo
podemos brindárselas nosotros!). No existen los niños solos, no pueden existir: cuando
vemos un niño, siempre vemos una relación, es el niño con su adulto, con quien lo
cuida, lo materna, lo paterna. Somos seres humanos entre humanos. Cuando niños
nacemos con un impulso innato de desplegar nuestras capacidades humanas… pero
sólo podremos hacerlo en un entorno humano, y a partir de un vínculo de apego.
Cuando la historia nos muestra los casos de niños que han quedado a cuidado de
animales (el clásico ejemplo de los niños lobo, por citar alguno) es impactante
corroborar por un lado que no han desarrollado el andar erguido, ni el habla ni el
pensamiento, aunque genéticamente estuvieran preparados para hacerlo…
necesitamos un entorno humano para desarrollar las facultades humanas. Y al mismo
tiempo, tomamos conciencia en estos casos del enorme trabajo de construcción y
conquista del cuerpo que realizamos en los primeros años, y el lugar fundamental que
en este “trabajo” tienen nuestras experiencias. Los niños lobo veían mejor de noche
que de día, tenían la lengua en punta, los caninos mas desarrollados, sus huesos
conformados para andar en cuatro patas… las experiencias con su entorno, habían
influenciado decididamente en el desarrollo de su cuerpo.
¿A dónde nos llevan estas ideas? Por un lado a estar atentos a las vivencias que les
ofreceremos a los niños: todas se harán cuerpo; y el cuerpo se hará en función de ellas.
Por otro lado a percibir la enorme entrega y confianza en nosotros, los que los
recibimos y les iremos mostrando el mundo, que tienen los niños. Ellos aprenden en
sus primeros siete años principalmente, por imitación…lo que nos invita a ser
conscientes de que nos toca entonces intentar ser adultos dignos de imitar… tamaña
responsabilidad! La imitación es una muestra de la confianza que los niños nos
otorgan. Y su entrega, se manifiesta también en otra de sus cualidades: su enorme
poder de percepción.
Aquí es interesante que todos los que estamos con niños, sea en el ámbito que sea,
podemos darnos cuenta de la gran capacidad perceptiva que tienen. Pescan nuestros
gestos, y también nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestro estado de
ánimo,…por suerte también nuestros esfuerzos en ser cada día un poco mejor de lo
que somos. Y esto también se hará cuerpo, se hará gesto, se hará parte de ellos. Están
en un momento donde lo físico y lo anímico espiritual están muy juntos…
Sabemos de la enorme importancia de los tres primeros años para el resto de
nuestra vida, “nunca mas aprendemos tanto”. Ponen las bases. Dejan en nosotros
huellas imborrables, aunque la mayor parte de lo vivido en ese tiempo no lo podamos
recordar con la conciencia.
Volvemos a la imagen. El niño es una persona. Esto es importante que lo tengamos
bien presente. No es que después va a ser una persona… ya lo es. Es un ser espiritual
que ha decidido encarnar, venir a la Tierra con una meta (como también nosotros lo
decidimos hace tiempo… y desarrollamos nuestra meta a lo largo de nuestra biografía).
Un ser que ha ido preparando de antemano su cuerpo físico, ese que necesita para
poder hacer en el mundo, ese que le posibilitará tener las experiencias que necesita
transitar, él y sus compañeros de destino, también elegidos (¡nosotros!). Un cuerpo
físico sobre el que seguirá trabajando especialmente durante sus primeros siete años.
Entonces, hilando esta imagen del niño recién llegado y que es recibido por nosotros,
tenemos una imagen de encuentro, de comunicación, de vínculo. Este es el punto de
partida. A partir de aquí, de este encuentro profundo de ser a ser, es que podemos
desplegar nuestras facultades, andar, hablar y pensar en nuestros primeros años.
Este encuentro, se irá afianzando principalmente en los momentos donde los adultos
nos “ocupamos” de los niños: los cambiados, las comidas, el acompañarlos a dormir.
Que sean cada vez oportunidades en las que nos “encontramos” con ellos ¡esa es la
propuesta! Que cada cambiado, comida, … sea realmente un diálogo, un estar juntos
en ese momento, sabiendo que ya desde bebés los niños comprenden si les vamos
contando lo que hacemos, que si les anticipamos nuestros gestos pueden participar,
colaborar y disfrutar esos momentos. ¡Y nosotros también!
La vivencia que el niño tiene de su cuerpo, del sentirse a gusto en él, se va
construyendo especialmente en estos momentos. Y es con esta seguridad afectiva que
aquí se ancla, que los pequeños podrán desplegar su exploración, su movimiento, su
juego. (Esta frase podría leerse como: cuidamos el desarrollo del sentido del tacto, el
vital, el del equilibrio y el del movimiento) (los sentidos son tema de otra nota, ver La
Ronda de 2015!)
Andar hablar y pensar, podemos pensarlas como tres etapas en el despertar del
alma, que tienen que ver con la voluntad, el sentir y el pensar que el niño va
conquistando.
En su conferencia “Andar, hablar, pensar” Rudolf Steiner nos habla de las envolturas
que debemos ofrecer al niño para que pueda desplegar de manera saludable estas
capacidades.
Empecemos por el andar.
La envoltura para el andar, es el amor. Steiner plantea claramente que ejercemos
violencia si intervenimos acelerando el proceso del niño, porque “el organismo hace
brotar desde sí mismo los poderes de orientación, y está dispuesto desde el principio a
conseguir la posición vertical (…) a usar los brazos para mantener el equilibrio en el
espacio” … A partir de aquí, sostenemos que el niño puede desplegar su motricidad
desde sí mismo, y le daremos para eso el tiempo y el espacio que lo posibilite, y
fundamentalmente, la confianza en sí mismo que necesita.
Y esa confianza, empieza por la confianza que nosotros tenemos en cada niño.
Volvemos al niño persona, niño ser espiritual con el que me encuentro desde lo mas
profundo, persona con la que me comunico, que me entiende y yo intento entender a
través de gestos, sonidos, miradas,… La seguridad afectiva es lo que garantiza que los
niños tengan ganas de explorar el mundo, de moverse, de descubrirse y descubrir lo
que hay a su alrededor. Y así conquistan su cuerpo, así comienzan a crear las bases de
su autoconciencia, se construyen a sí mismos.
Saber que el niño no necesita que le enseñemos a sentarse, gatear, caminar … pero
que sólo podrá hacerlo en las condiciones que le ofrezcamos (no puede ser de otra
forma!!) es una invitación a disfrutar con cada niño del itinerario que hace en sus
conquistas y la alegría que siempre esto trae de la mano. Y no importa cuándo sino
cómo es que da cada uno de estos pasos. “Está aprendiendo a aprender” decía Emmi
Pikler. Por eso nos corremos del centro de este aprendizaje, y le otorgamos a cada
niño el timón para decidir el itinerario. ¡Y esto es maravilloso!
Cuando hablamos del itinerario del desarrollo de la motricidad, el punto de partida
obviamente lo ofrecemos los adultos, que ponemos al bebé en una u otra posición.
Desde la mirada que estoy compartiendo, la posición inicial es la del niño “panza
arriba” (decúbito dorsal) en el piso, donde está bien apoyado, con su cuerpo a
disposición (esto no pasa en el bebe seat, por ejemplo…ni tampoco si lo ponemos
panza abajo, ) y así puede mirar, girar la cabeza a un lado u otro, luego encontrar sus
manos… mas adelante girará, gateará, se sentará, se pondrá de pié… Estamos atentos
a que el niño esté en equilibrio, buscando él cuándo es el momento de ir perdiendo
puntos de apoyo porque ya está maduro para hacerlo.
Cuando nosotros nos corremos del centro de la escena, descubrimos que además de
las posturas clásicas hay muuuuchaaaaas posturas intermedias que los niños van
conquistando, y que el camino que cada uno hace es diferente. Esto es enorme, y la
forma en que lo hagamos nos acompañará toda la vida.
En este camino, los niños van perdiendo movimientos reflejos que tenían al nacer (el
reflejo de moro, el reflejo palmar, el tónico asimétrico cervical y otros) para conquistar
desde sí mismos esos movimientos, y “desactivar” las barreras que algunos de ellos
implican. Así van enriqueciendo el entramado de su sistema nervioso central (está
construyendo su cuerpo!) y se van liberando de aquellos primitivos movimientos que
no podían dominar. Este dato es hoy fundamental: porque cuando nos detenemos a
observar el desarrollo de los niños que están cerca de pasar a la escuela primaria… a
veces pasa que nos encontramos con que varios de estos reflejos siguen activos, y
están entorpeciendo el uso que el niño puede hacer (o no) de su cuerpo y la calma que
tendrían que encontrar en él (entonces, desde lo terapéutico, los invitamos a volver a
recorrer el desarrollo de la motricidad, partiendo otra vez del piso, para que puedan
“tejer los puntos que han quedado destejidos”).
Cuando vemos al niño ponerse de pie, y andar, estamos frente a su impulso interno,
y al poder de la imitación. Nos hacemos cada vez mas humanos, entre humanos.
La perspectiva del mundo es ahora diferente. Las manos ya no están al servicio de la
locomoción, sino que quedan disponibles para expresar y para actuar en el mundo…
ese mundo que irá creciendo con el niño.
Andar, hablar
Una vez que el niño logra la postura erguida y puede moverse libremente en el
espacio, comienza a desarrollarse el despliegue del lenguaje: el aprender a hablar y a
utilizar la lengua materna.
El hablar surge de todo el proceso de orientación en el espacio, está íntimamente
relacionado con el movimiento. Cuando el niño se yergue y camina, hay fuerzas que
quedan liberadas, y comenzaremos a encontrarnos con un balbuceo mas concreto.
En lo fisiológico, se forma el centro cerebral lingüístico, en conexión con el que
corresponde a la mano que ya está destinada a aprehender el mundo. El niño imita lo
que oye y en poco tiempo maneja un vocabulario enorme. Aprende por imitación un
idioma con todas sus leyes y reglas gramaticales.
Desde lo orgánico, ahora el fluir del aire cambia. Toda la musculatura del aparato
fonador tiene que colocarse diferente; hay que ser capaz de diferenciar los
movimientos de la lengua y de los labios. Los niños logran esto a partir de lo que
perciben, ven, oyen. Gracias a esta plasticidad que tienen de poder transformar su
propio cuerpo, llegan a pronunciar los sonidos más complejos.
Los bebés, todos, tienen al nacer un repertorio de sonidos que les permitiría hablar
cualquier idioma, y es en función del encuentro con el lenguaje de los adultos que los
rodean, que van perfeccionando unos y abandonando otros de estos sonidos, para
llegar a su lengua materna. Por eso, al hablar, nos unimos al destino de un pueblo.
Cuando decimos que el hablar se asienta en el andar, tiene que ver con cuánto del
lenguaje es inicialmente gesto; es cuerpo. Y de hecho, si pensamos en la fuerza que
tiene el gesto que acompaña a una palabra, es evidente que su peso en el mensaje es
mucho mayor que la palabra en sí.
Hablamos antes del diálogo entre niño y adulto a través del tono muscular: nuestro
tono muscular expresa nuestras emociones (podemos ver esto en nosotros mismos
¡Qué distinto es nuestro tono muscular si estamos tranquilos que si estamos
nerviosos!) y este diálogo tónico lo entablamos con el niño desde el inicio.
Al pensar en el lenguaje vemos que ya desde el nacimiento aparecen el llanto, los
gritos o balbuceos a los que los adultos vamos dando respuestas diferentes. Y la
comprensión de la palabra que va teniendo el niño, aparece ya desde el nacimiento.
El habla es la herramienta que nos permite expresar nuestros sentimientos y
nuestros pensamientos. La voluntad se encuentra detrás del desarrollo motor, y la
fuerza impulsora que está detrás del lenguaje, es el sentir. Adquirimos con el lenguaje
la capacidad de movernos en un entorno social y anímico, comunicándonos e
interactuando con otros.
Así como el amor acompaña el desarrollo del andar, ha de ser la veracidad la que
acompañe el desarrollo del hablar. Veracidad que implica que los adultos hablemos
correctamente, que no nos dirijamos al niño con un lenguaje aniñado (no le diremos
pipi, guauguau, tatata….)
Los humanos sólo aprendemos a hablar a través de otro ser humano que hable con
nosotros; esto no lo podemos sustituir con ningún aparato técnico. De ahí la
importancia de hablarle al niño, de ir poniendo palabras a lo que vamos haciendo con
él ¡y cuánto hacemos con él, especialmente con los más pequeñitos!
El poner la palabra justa, adecuada, la que anticipa, la que acompaña señales claras,
la que espera una respuesta (respuesta que durante mucho tiempo es gestual, como
en el bebé, en el nivel de su tono muscular que se relaja o se crispa mostrándome que
está listo o no para que yo actúe) es ir sentando las bases de la comunicación y del
orden del universo que rodea al pequeño. No es una explicación que apela al pensar
intelectual, sino un ir acompañando el despliegue del encuentro del niño con nosotros
y con el mundo en su derredor.
Al aprender a hablar, el niño aprende a designar el mundo externo; aparecen los
sustantivos, que denotan la distancia que él va tomando de los objetos y cómo el
lenguaje le permite de alguna forma conquistarlos.
Andar, hablar, pensar
El habla surge del movimiento, y surge el pensar a partir del habla.
Pensar es la capacidad que nos permite relacionar, dar sentido y orden a todo lo
que vivenciamos; y vamos así generando de a poco nuestro mundo interno,
diferenciándolo de lo que no somos nosotros …y construyendo nuestra
autoconciencia.
¿Cómo se viene gestando el pensar desde antes de hablar? Toda la exploración que
el niño hace de los objetos, y lo que por sus vivencias va aprehendiendo del mundo,
son las bases de su pensar. Las vivencias predecibles, rítmicas, que le ofrecemos al
niño, le van mostrando el orden del mundo. (Después de esto es aquello, si percibo
esta señal es porque vamos a…) Esto que para el niño es vivencia, será luego concepto.
Pero ahora, es una inteligencia que está en el cuerpo.
La imitación, podemos considerarla base del pensar. El niño tiene experiencias
sensoriales que actúan sobre su voluntad, y él las reproduce, primeramente al mismo
tiempo que suceden. Aquí hay una interacción directa de las impresiones recibidas y la
actividad motora, para la cual el niño carece tanto de capacidad imaginativa como de
comprensión racional.
Cuando el niño comienza de a poco a construir frases, está armando la urdimbre de
su pensar. Lievegoed señala que el pensar se desarrolla al contacto con el hablar y en
ese mismo acto. De ahí que los primeros conceptos se orienten concretamente hacia el
mundo externo, por lo que nacen, ante todo, conceptos objetivos tales como: cama,
auto, perro. Más adelante, el niño agregará un verbo: el mundo se registrará ahora no
solo como siendo, sino como un conjunto de seres que actúan.
Con la capacidad de nombrar los objetos el niño conquista el mundo como espacio, y
al darles un verbo, se confronta con el tiempo, ya que las acciones siempre transcurren
en el tiempo.
¿Y de qué forma lo acompañamos en el despliegue de su pensar, sabiendo que todo
el niño es órgano sensorio? Siendo claros en nuestro pensar. Para que “desenvuelva el
recto pensar a partir de las energías del habla, nuestro propio pensamiento ha de ser
claro en su presencia”, nos dice Steiner.
Cuando ofrecemos ritmos estables y saludables, secuencias que son conocidas, esto
favorece el desarrollo del pensar, es parte de la claridad que el niño precisa en su
entorno.
Es nocivo para los niños vivir en un mundo donde los adultos decimos una cosa y
hacemos otra. La coherencia en nuestro decir y hacer, que es claridad de pensamiento
que se manifiesta, es fundamental a la hora de pensar en los límites que
amorosamente les ofrecemos cuando los cuidamos.
Queda a la vista entonces el lugar de importancia que tiene en el desarrollo del
pensar un entorno donde el lenguaje, el uso de la palabra, sea algo cuidado y valorado.
Teniendo como base este desarrollo del pensar, que afianza aun más la separación
del mundo circundante que el niño comenzó a vivenciar con el andar, llegamos a una
insipiente auto conciencia, que nos permite cerca de los tres años percibirnos como
“yo”. Ya no es el niño totalmente unido a su entorno, como en el recién nacido, sino
que se está forjando lentamente la conciencia de la propia individualidad (que seguirá
madurando los próximos años, afrontando las diferentes etapas evolutivas, hasta los
21). Llegó el momento en que el niño que antes hablaba de sí mismo en tercera
persona, “Pedro quiere” o “el nene come”, ahora se denomina a sí mismo diciendo
“YO”.
Es muy significativo, que nuestros recuerdos mas antiguos, llegan por lo general a
esta época: lo anterior ha quedado fuera del alcance de nuestra conciencia. A partir de
aquí, comienza el despliegue de nuestra memoria y nuestra fantasía.
Jardines Maternales Waldorf
El trabajo con los niños pequeños en ámbitos de pedagogía waldorf, es relativamente
nuevo, si tenemos en cuenta que la pedagogía tiene casi 100 años, y la mirada
pedagógica a los mas pequeños tomó forma a fines del siglo pasado.
La vida que llevamos actualmente, hace que para varios niños ya no esté la opción
de quedarse en casa hasta los tres o cuatro años, y que en otros casos esto no sea lo
mas saludable para el niño o sus padres. Es aquí cuando el desafío es qué forma le
damos a los lugares donde recibimos a los mas pequeños, y trabajar siendo
conscientes de qué implicará esto para ellos.
Sabemos que en sus primeros años, el niño está desplegando su andar, su hablar y su
pensar: esto es lo que acompañaremos. Es una imagen habitual la de considerar al
jardín waldorf con su clima hogareño. Y si pensamos en lo más hogareño para un niño
pequeño, creo que esto es sin duda el vínculo de apego que pueda entablar con su
adulto, ese que lo conoce y lo quiere porque lo cuida, ese encuentro que es conocido y
predecible, y da continuidad a la existencia.
Vincularse con otros demanda fuerzas vitales del niño, de esto debemos ser muy
cuidadosos: tanto al pensar en la cantidad de niños que recibiremos juntos, como en la
de adultos que estarán con ellos, en el tiempo que estarán en el jardín… (los niños
NECESITAN tiempo con sus padres!!)…las actividades que propondremos… Desde
aquí, que seamos siempre los mismos adultos los que nos ocupamos de los mismos
niños; que los grupos sean reducidos; que la estructuración del tiempo sea estable,
que haya un clima de calma y armonía en este entorno, que vivencien procesos con
sentido… es lo que le posibilitará a los niños desplegar sus ganas de vivir; de moverse,
de explorar, de jugar y de encontrarse con los demás. …desplegar su andar, su hablar y
su pensar.
Todo esto, hace que los espacios y tiempos que ofrecemos a los mas pequeños, son
claramente distintos a los del Jardín de Infantes.
El otro pilar del trabajo con los niños, es sin duda el trabajo que compartimos
maestros y padres: recibimos a un niño en el jardín, y recibimos a su familia. Los
pequeñitos están muy unidos a sus mamás especialmente, también a sus papás… ¡Y
nosotros sólo somos sus maestros! Que entre todos sostengamos la esencia del jardín
de los niños, es el cuenco que los recibe cada día.
Ignacia González Rena. Junio 2018 para “La Ronda”; revista de la Escuela Cuarto
Creciente
Bibliografía
-Patzlaff, R. y otros. Directrices de la Pedagogía Waldorf desde el nacimiento hasta los
tres años. Editorial Rudolf Steiner, 2017
-Gonzalez Rena, I. Creciendo con Amor, Adultos presentes niños con confianza.
Reflexiones y prácticas para la vida cotidiana y el jardín maternal entretejiendo las
ideas de Emmi Pikler y la Pedagogía Waldorf. Editorial Antroposófica 2015
-Murphy Lang, C. El desarrollo del ojo observador. Waldorf Publications 2010
-Glockler, Michaela y otros. La dignidad del niño pequeño. Congreso de 1999. Editorial
Antroposófica
-Steiner, Rudolf. Andar, hablar, pensar. Editorial Antroposófica
-Steiner, Rudolf. Tres etapas del despertar del alma humana